miércoles, 25 de febrero de 2009

Reflexiones (una de miles)

Me cuestiono permanentemente el hecho de lo que soy y lo que me gustaría ser. Pérdida de energía, si quiere llamarse, obsoleta forma de divagar y pensar que así se pueden obtener resultados.
De pronto uno se encuentra lleno de decisión y objetividad en lo que se refiere a sus propias metas y al instante siguiente también surge ese temor a la vacuidad y sinrazón de la existencia como ser humano. Son momentos en los cuales llegan los cuestionamientos sobre lo que es correcto, la necesidad de hacer o tener tal o cual cosa, la necesidad de trascender o quizás solamente encontrarle un sentido a la vida misma, de dar y recibir amor, de sentir que hay cosas en el mundo por las que vale la pena luchar y que nuestro traspaso por esta tierra, obligadamente debería dejar huella, si no física, aunque sea moral o espiritual.
Es tan fácil caer en lo superfluo y negar nuestro interior, es tan sencillo creer que somos el centro del universo, que cuando nos encontramos cara a cara con nosotros mismos, tememos y huimos para evitar esos recuerdos que dañan o las simples y a su vez comprometidas preguntas: ¿Quién soy?, ¿Para que estoy?, ¿A dónde voy?. Pero eso no termina ahí; luego están las decisiones que uno toma creyendo que son las correctas y que no siempre resultan serlo…
¿Por qué, constantemente estamos siendo sometidos a prueba por la vida?¿ Es posible que si éstas no existiesen, nunca llegaríamos a acercarnos a lo idealmente perfecto?, pero, ¿Según desde que perspectiva, esto que creemos perfecto, es así? Todo nace de nuestro juicio, es ahí donde surgen nuestras dudas y conflictos. El cúmulo de creencias que arrastramos y que en gran parte nos inculcó la sociedad en la que habitamos, nos hará inevitablemente predecibles y así terminaremos convertidos en una pieza mas del engranaje y en perfectos autómatas.
Miremos donde miremos, solamente nos es mostrado sólo lo que deseamos ver y si intentamos observar hacia dentro nos damos cuenta de que hemos esparcido mucha oscuridad sobre la luz que nos fue otorgada para vivir y pensar.
Donde nace la seguridad respecto de algo, prontamente es invadida con la incertidumbre y la desazón que agobia gran parte de nuestras iniciativas personales.
Me cuestiono: ¿Por qué luchar? Si todo debería encontrar su lugar en el mundo sin conflicto. ¿Por qué el sistema imperante u otros egos, quieren obligarte a que por cada cosa que desees debas dejar tu sangre, tu sudor o tus lágrimas, o peor, tu vida y al fin de cuentas la termines desperdiciando? Por todo hay que pagar un precio, es cierto, pero ¡a que costo, si este es la negación de la propia felicidad!
Rechazo esa idea de lleno y no por cobardía, sino más bien por rebeldía. Si todo lo que perseguimos es la jactación de nuestros logros o proezas ¿en que nos diferenciamos de niños caprichosos jugando a ser adultos?
Me molesta ver el sufrimiento de mis congéneres, pero lo niego aturdiéndome de diversas formas y me considero hipócrita por no hacer algo cuando decididamente lo haría, si no me invadiera la indecisión…
Resulta mas fácil caer en el conformismo de contentarse con lo que uno posee y dejar que los demás se hundan en aguas turbias, con tal de que uno permanezca a flote en el bote de la seguridad ilusoria.
Eso si que me produce infelicidad.
No se si con las ideas se cambia el mundo, pero si creo que con las acciones se puede llegar a lograr variaciones. Frustrado me encuentro entonces, por carecer de la energía necesaria, o mas bien, de no querer usarla para el intento de modificar el entorno que muchas veces evalúo como mínimamente modificable.
¿Existe acaso la felicidad absoluta, o es sólo un estado interno en el cual hay que intentar encontrarse con uno mismo y cesar todo atisbo de conflicto?
Como siempre: Demasiados interrogantes para alguien que no mueve los mecanismos del universo a su antojo.

Año 2002.

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